Borrador dedicado a Demián

 Existió un príncipe llamado Xander.

Dominaba su propio pueblo desde su gran castillo del silencio. Ahí donde nadie hablaba ni se movía, aquel donde los colores son inexistentes y la quimera de un ser perfecto persiste. 

Existió un príncipe que admiraba el olor de las flores, la suavidad que encontraba al rodearse de animales y quien se llenaba de asombro cuando el cielo le pintaba lienzos con las nubes, usando el puntillismo centelleante que ofrecen los astros como técnica. 

Existió un príncipe que debía ser decente para defender a su pueblo de los grandes peligros que ofrece el mañana. Se mostraba fuerte incluso cuando las piezas de su esencia se desmoronaban en el viento. 

Un infante que cuando la luna se apoderaba de su cielo, le pedía a un joven suficiente en su pueblo. 

—Xander, ¿acaso no lo has visto por ti mismo? Te he enviado al niño que podrá ofrecer a tu pueblo un cielo despejado cuando las tormentas veden el brillo de su asombro. La persona que se arrancará el corazón de su pecho para demostrar como sus latidos son reales ante las acusaciones de deidad y a quien sentirán su ausencia como escasez de oxígeno, las personas que suspiren por un ilidio con él sentirán su boca inútil con la carencia de sus labios. 

—¿Dónde está, luna mia? 

Su querida amiga no respondió esa noche, el príncipe era demasiado joven para ver que todo aquello por lo que él pedía se encontraba en sí mismo así que dejó que el tiempo transcurriera en él. En un futuro, lo entendería. 

Pronto el niño con azulada corona dejó de asomarse por la misma ventana que le lastimaba. No volvió a esperar un mensaje qué nunca llegaría. Sus ojos empezaron a captar la estatua pulida por las más afines esculturas que el espejo le proyectaba quienes no solo diseñaban curvas ignorantes, sino que daban forma a la silueta divina del arte. 

Cuando maduró, los dioses replicaron el brillo de sus ojos, lo esparcieron por el cielo y los astrónomos les llamaron "constelaciones".

Las flores, envidiosas de Xander, imitaron su aroma en primavera con consecuencia de no prosperar hasta otoño. 

Los artistas codiciosos intentaron plasmar la humanidad irreal del príncipe creando el impresionismo. Creyeron con su inmadurez que serían capaces de captar a quien va más allá de su radio y sus sentidos. 

Su nombre se esparció por los rincones de esas tierras. Pronto el joven fue acusado por perjurio de su humanidad y la Luna piadosa del niño al que ella misma había acompañado cada noche, tomó los mejores aspectos de él, los sembró en otro siglo, otro país y otra familia para otorgarle otra oportunidad a los mortales y enseñarles que a veces se nos premia con un milagro celestial. 

Aquel niño sigue teniendo las características místicas de ese entonces, pero en la actualidad lo conocemos como Demián; la estrella de miel que endulza el universo. 

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