Borrador: el humano independiente

Imaginariamente nos lleve a tomar un té y un chocolate caliente a una cafetería. Nos sentamos uno enfrente del otro y durante los primeros instantes no hicimos más que contemplar uno la existencia del otro. ¿Tus ojos siempre habían sido como dos gotas de miel? Y esa voz que tienes, ¿la había escuchado antes con esa profundidad? ¿Siempre te habías vestido así? ¿Habrás cambiado algo de tí? ¿También me analizabas a mí? Tus manos lucían tan delicadas como de costumbre y tu rostro tenía las mismas proporciones que siempre ha tenido pero ¿por qué parecías como un completo desconocido? Había algo en tí, algo que no podía reconocer. Un lindo rostro y un par de ojos bonitos que me miraban con extrañeza. Cuando mi voz rompió el silencio entre ambos mi garganta ardía tras cada palabra. 

En ese día lluvioso y con baja temperatura, te pedí que volvieras. Rogué por tu presencia. 

—Actúe mal y lo sé. No hay algo que no haría para cambiarlo, por favor creeme que quiero borrar mi error y después de eso, después de recuperarte, deseo no volver a perderte nunca más. Soy tonto y muy joven aún pero sé cuando una persona vale la pena y aunque siempre he sabido tu valor, tu ausencia vuelve las cosas más abruptas. ¿Pasaré cien años en tormento por un error? Porque aveces pareciera ser así. 

Cuando ví esos ojos que no me decían nada, esa mirada inexpresiva, una parte de mí se quebró más. Ver cómo te removías en ese asiento me hacía entender que tú ya no te sentías cómodo conmigo, yo ya no era esa chispeante persona a tus ojos. Yo ya no era tu mejor amigo. 

—Un error no se borra. El papel mantendrá esos trazos mal echos aún si tallamos miles de veces con una goma, si intentamos borrar la historia de esa hoja, esta podría incluso perder la pigmentación. Ese error puede parecer inexistente si encima colocamos un elaborado dibujo, pero si un buen artista se acerca a observarlo y da una mirada objetiva, lo verá. Verá esa falta de pigmento o esa línea mal echa. 

—Entonces no hay que borrar esa equivocación. Déjame aprender de ella y hacer de nosotros una nueva historia, una nunca antes contada. Una que solo viviera en susurros y convertirla en cantos. 

Suspiraste, justo como solías hacer al abrumarte. Siempre te escuché repetir esa acción cuando las personas empezaban a insistir en algo en lo que tú no tuvieras interés o en cosas que te sobre estimularan emocionalmente. Cuando sentías que hablabas con una pared, porque la otra persona no te escuchaba. No, yo no te estaba escuchando. Soy muy terco para obtener un no por tu parte. Siempre fui tu badulaque, ¿no es así? 

—Pintas sobre el mismo lienzo, sobre esa misma pintura con deslices pasas aún más pinceladas siendo optimista ante el pensamiento de que tus trazos mejorarán pero aunque esto pase ¿en verdad piensas que, al tocar ese cuadro, no se sentirá con brumos y seco? Jamás será auténticamente perfecta o buena. Habrá marca del pasado. 

Lo consideré un momento. ¿Podría soportar esta parte indiferente una vez más? ¿Ver la incomodidad en tí conmigo? ¿Extraño lo que eres o a quien fuiste? Prometer algo perfecto ante el tiempo es codicioso cuando el futuro es incierto. ¿Podría en verdad no volver a cometer un error por más minimo que fuese? 

Bajé la cabeza y dejé mis ojos puestos en mi chocolate caliente y mi trozo de un pequeño pastel mientras escuchaba cada susurro que aparecía en mi cabeza y solo yo era el público. Tal vez si aún fueramos alguien relevante para el otro, hubieras notado las lágrimas en mi mejilla. Habrías sido consiente del dolor que cada palabra generaba en mí. Si yo aún te conociera, ese temblor en tu voz no se habría pasado de largo y me habría dado cuenta que en realidad, esto te dolía tanto como a mí. Ese detalle que no hubieras siquiera tomado un sorbo de té por el temblor presente no solo en tus manos, sino también en tus labios, hubiera sido un foco de atención para mí. 

¿En verdad te observé o solo pasé mis ojos por tu cuerpo? ¿Presté atención a tí? O solo simplemente estaba tan inmerso en mí, en lo que yo sentía, en como tú me dolías, que una vez más no me dí cuenta que te estaba lastimando. 

—No llores. Yo te sigo amando.—por un momento, tu voz sonó con la calidez que solía hacerlo cuando se trataba de mí. 

—¿Entonces porque no regresas? 

No obtuve una respuesta por palabras, pero el silencio me lo dijo todo. ¿Para qué ibas a volver? Lo que construimos ya era un vestigio. Nunca íbamos a ser nosotros otra vez. Recordé esa noche en la que los papeles estaban invertidos. Cuando fui yo el primero en cortar el hilo, nuestro precioso y tan único hilo. 

Me arrepentía más de haberte perdido, que de mis acciones. Era cierto que quería cambiar la forma en la que actúe. La meta era la misma, pero el camino fue incorrecto. 

Te alejé y te dije que estaba asustado de mí mismo. Que te amaba tanto, que la idea de lastimarte me resultaba inaceptable. 

—Quédate, no puedo perderte. No puedes dejarme tú también

—Me asusta lastimarte, Criss. No podemos ser amigos, por favor entiéndelo ¿sí? 

—¿Qué fue lo que hice mal? 

Mi tierno ángel, tienes un corazón tan dulce como ingenuo. ¿Qué podría hacer un lindo chico como tú a mí? Si cada parte de tí era un acto de amor puro. Uno tan genuino que no pude evitar enamorarme de él. Pero ¿cómo iba a explicarle a mi mejor amigo que me había enamorado de él? 

Esa es la verdad, la razón por la que me tuve que alejar, fue que me había enamorado completa y absurdamente de tí. De la persona que eras. De ese niño berrinchudo, ese que con mi ausencia no tardaba en mandarme mensajes diciéndome que me extrañaba. Ese que le encantaba hacer chistes y que aunque contestara cada 8 horas, cuando estábamos hablando él siempre hablaba con una ternura fuera de este mundo. Era cliché enamorarse del mejor amigo, porque al conocerlo tan íntimamente, hacía que te enamoraras hasta de sus más pequeñas acciones. Por los cielos, me volvía loco y me quedaba sin aliento con cada te amo que enunciabas, para luego volver a la realidad y saber que no era de la misma forma en la que yo te amaba. 

Escucharte hablar de tu pareja y ser consciente del amor con el que hablabas de él, era como un golpe que me traía a la realidad. Me estaba lastimando saber que no podría ser correspondido. Quería tu felicidad, la anhelaba, pero pensar que yo jamás iba a poder satisfacerte en ese aspecto, me hizo tomar la decisión de alejarme. 

Es curioso la forma en la que trabaja el universo. Cuando piensas que entiendes su complejidad, te cambia de dirección y descubres nuevas galaxias. 

Cuando me dije que amarte en secreto al lado tuyo podía ser un poco más llevadero que amarte a la distancia, el daño ya lo había echo. Ahora el que no quería estar con el otro, eras tú. 

De cualquier forma, las cosas hubieran llegado al mismo tiempo. Si yo hubiera dicho directamente me tengo que alejar porque te amo como no debería hacerlo entonces tu habrías repetido lo muy enamorado que estabas de tu novio, que eras incapaz de sentir algo romántico por mí y tu serías el primero en tomar la decisión de alejarme, lo cual sería razonable. La opción dos, es en la que me alejé sin confesarte mis sentimientos y sin pensarlo bien, te lastimé, cosa que jamás pensé que yo haría pero terminé haciendo. Terminé dañándote al alejarme, te obligué a cerrar la puerta y cuando quise volver, estaba cerrada con candado. 

En ambas circunstancias, existía el mismo final. Un chico que ya no se sentía cómodo con su mejor amigo. En el primer caso su indisposición sería porque ese amigo al que consideraba su hermano no sanguíneo, se había enamorado de él. En el segundo caso, el mejor amigo le había mentido sobre sus sentimientos y se limitó de decirle que le asustaba hacerle daño y se alejó ignorando lo mucho que el otro rogó por quedarse, lo dejó pensando en si había un error en él como persona, en si se había cansado de él y que cuando su amigo volvió el daño y todas las heridas ya estaban hechas y no había remedio, no iba a evitar en cada momento cuestionar si su amigo volvería a irse de la nada y sin explicaciones. Dos historias con el mismo final: un par de chicos que trataban de olvidarse. 

Jamás tendré el valor de decírtelo directamente y sé que esto jamás vas a leerlo, así que te hablaré con honestidad de una manera en la que nunca pude hacerlo. 

Criss, me gustas. 

Me gustas aún con tus enojos y cuando no te entiendes a tí mismo, cuando te enfadas tanto que te alejas de todos para no hacerle daño a nadie. Me gustas cada vez que jugamos juntos y nos molestamos mutuamente. Me gusta como te expresas de los demás, porque lo haces de una manera bonita. No te quedas con lo superficial y excabas al interior de la persona. Te amo aún cuando te desapareces toda la tarde y llegas como si nada hubiera pasado. Me gustas cuando escribes poesía. Me enamoro más de tí con cada berrinche que haces. Amo la manera tan única en la que te sientas en el banco de la escuela, como cruzas las piernas y mantienes tu atención sobre tu teléfono en los ratos libres. Incluso me causa mariposas en el estómago ver cuando sueles ser llevado con tus amigos. Cuando lees libros que te recomiendo y terminan gustándote también me haces amarte más de lo que lo hago. Quiero seguir conociéndote, quiero seguir enamorándome de tí. 

Te amo, me gustas y estoy enamorado de tí. Lo estoy aún cuando tu corazón no me pertenece, aún cuando sé que no es algo correspondido. 

Verte con ese chico y como eres feliz con él a veces me hace divagar e imaginarnos en un universo alterno en el que yo sea ese chico al que tu miras. Uno en el que tú puedas verme de la misma forma en la que yo lo hago. 

Al cerrar los ojos, casi puedo vernos a tí y a mí en un mismo plano. Sentados frente a frente y sentir tus dedos entre mi cabello mientras tu respiración choca con la mía. Imaginarme reclamando tus labios como míos y besarlos hasta que me los aprenda de memoria. Hasta que mi boca se vuelva mas tuya que mía. Aunque si lo pienso bien tienes más propiedad de mí, mi cuerpo y mi alma que yo mismo.

—¿Cómo has estado? 

Mi rostro se negaba a alzarse y verte. Esta cafetería parece más pequeña de lo que me fui consciente en un principio. No podía, me sentía avergonzado de mí mismo sin razón aparente. 

Te conté todo lo que estaba pasando. Hablé de lo pesado que era abrir los ojos y vivir en una realidad en la que ya no eramos amigos. Te conté como me había enamorado—más bien, me había obligado a sentirme así— de la persona incorrecta y que ahora ya entendía cómo podía llegar a doler el amor de una manera física, tú siempre doliste emocionalmente, pero él tenía el descaro de igualar el dolor psicológico al físico. Hablé de lo poco que he dormido y el deplorable estado emocional en el que estaba estancado. Mi alma se estaba rompiendo pedazo a pedazo y esta vez no estabas tú para evitarlo ni para sanarlo. Había llegado el momento de ser independiente a tí pero ¿por qué no podía empezar con pequeñeces? ¿por qué esto estaba doliendo tanto? ¿Por qué no podía salir de aquí? 

Mi voz se quebró por completo y escondí mi rostro entre mis palmas, ¿en verdad estaba siendo tan ingenuo? Cuando me escuché a mí mismo decirte él no quiso hacerlo o las millones de excusas que yo estaba planteando solo para defender a mi actual pareja, sentí decepción de mí mismo ¿era posible que yo permitiera tal daño? Sí, al parecer lo era. Y me hizo sentir tan bajo que cuando sentí tu mano sobre mi hombro, empecé a llorar.

Esos juegos que teníamos tú y yo sobre decirnos estoy solo y desprotegido sin tí cada vez que demorabamos en contestar, dejaron de ser juegos. Lloré en tus brazos, tu abrazo rozó esas cortadas presentes en mi alma y me hizo consiente por vez primera de su existencia. Sentí el ardor de cada herida hasta que fuiste tú quien me hizo verlas. Fuiste tú el que me enseñó que esto estaba mal. 

Cuando terminé de llorar y pregunté por tí, me alegró escuchar lo bien que la estabas pasando. Me gustó que siguieras tan enamorado de tu novio. Que él te tratara bien, que hubieras encontrado a otro mejor amigo que claramente no era yo. Que tuvieras una mejor amiga, que tus estudios fueran tan bien. 

Me demostraste que el mundo no se detiene por una persona. Mientras yo quede detenido en el dolor de tu partida, tú aún con mi ausencia seguiste adelante, siempre adelante. 

Me gusta hacer eso. Me gusta imaginar que volvemos a hablar por unos instantes para saber que estás bien, pero no va más allá de eso. Imaginar, es todo lo que puedo hacer. Tener una imagen mental de algo que no ha pasado ni pasará, puedo sentirte cerca aún si esto es una alucinación mía. Pensar en ambos conversando en una cafetería y oler tu dulce aroma cuando tus brazos rodean mi cuerpo, un abrazo reparador que sí necesito. Nunca nos vamos a volver a hablar, pero confío que estás bien y no necesitas de mí para poder cuidarte. 

Te amo, Criss. 











Comentarios